El título que lleva en
esta oportunidad el “Blog”, pudiera parecer algo apocalíptico… aunque tal vez
si lo sea, todo dependerá de los ojos que lo lean.
Habíamos decidido salir en familia (26 personas) desde
hace algunos meses al “Roraima”. El día 18 de diciembre, desde muy tempranas
horas de la mañana, nos encontrábamos en el caótico aeropuerto “Simón Bolívar”,
la fila de chequeo de nuestra aerolínea (Aeropostal), seguía destinos inauditos,
bajo el único parámetro de los erráticos deseos de los nerviosos pasajeros, que
temerosos de perder sus vuelos, trataban de completar su protocolo de embarque
lo antes posible. Finalmente todos con el “Boarding Pass” en mano, nos
dirigimos a nuestra puerta de embarque… la número 8, que después se convirtió
en 2, para finalmente ser la 6.
Por fortuna, la llegada a Puerto Ordaz fue holgada en
tiempo, ya que en Venezuela, poder llegar a un evento con “todo” resuelto se ha
convertido en algo prácticamente imposible. Luego alojarnos en nuestro
confortable hotel (Eurobuilding/Altamente recomendado) y dividirnos las tareas,
la noche nos tomó de la mano en las calles de la ciudad, recorriendo las
diferentes tiendas de alimentos y deportivas, buscando artículos que, a pesar
de ser indispensables, hoy por hoy se han convertido en elementos
“coleccionables”… leche, aceite, lavaplatos, harina de maíz, gas para las
cocinas de campaña. Por suerte, puede más la “tenacidad” que la escasez, y
apartando algunas modificaciones en el menú, estábamos listos para salir al día
siguiente.
El 19 de diciembre comenzó más temprano de lo
acostumbrado. Después del desayuno, nos enfilamos por la carretera hacia la
“Gran Sabana”, esa que con “sabor a Calipso” atraviesa las poblaciones de
Upata, Guasipati, el Callao, el Dorado… de manera diestra y efectiva, Carlos,
nuestro chofer, recorrió sin mayor contratiempo esa familiar vía que después de 570 Km. nos llevó hasta la
población de San Francisco de Yuruaní, lugar en el que pasaríamos la noche
(Posada Karán Dewuk) y así finalmente, el 20 de diciembre, abandonar el asfalto
y el concreto, enfilando nuestro rumbo hacia esas colosales formaciones que,
con la misma fuerza del sol, se levantaban hacia el Este… el “Roraima” y el
“Kukenan”.
Sin mayor novedad, al llegar al caserío de “Parai-Tepuy”,
saludamos a todos los conocidos y amigos, y luego de registrarnos con Dionisio
(Guarda parques del lugar) y haber superado la tediosa y complicada actividad
de seleccionar y contartar a los porteadores, completamos un gran grupo de 34
personas , que luego del acostumbrado recorrido de aproximadamente 4 horas,
llegamos al primer lugar de campamento… el “Río Teg”. Estando en vísperas de la
Navidad, nos dio el privilegio de estar prácticamente solos en el ascenso,
mientras muchos otros ya se encontraban de retorno. Las carpas del campamento
daban la idea de un colorido collar adornando el cuello del inmenso Roraima.
Y así la noche dio paso lentamente al día, la luna
creciente se ocultó tras el horizonte y el sol apareció con toda su alegría,
perturbada solamente por una pequeña columna de humo que se levantaba detrás de
la colina que nos separaba del río Kuquenan.
Después de desayunar y desmontar el campamento,
repartimos las carpas y comenzamos la marcha en grupos aleatorios con un solo
objetivo… lograr llegar, al final de la jornada, al Campamento Base del
Roraima. Mientras caminábamos hacia la loma que separaba el río Kuquenan del “Tek”,
la figura de Mikel se acercaba de regreso hacia nosotros y al darnos alcance,
nos explicó el motivo de su retorno… el grupo se había detenido por la magnitud
del incendio forestal, que pudimos constatar al llegar al tope de la loma. De
manera increíble, el fuego se extendía por toda la sabana entre el río y el
tepuy Kuquenan, amenazando con extenderse hacia el Roraima. Afortunadamente
para nosotros, el viento soplaba hacia el Oeste alejando el fuego de nuestra
dirección. El espectáculo era devastador, uno de los incendios más grandes que
había visto en los últimos años. Columnas de denso humo negro se levantaban al
cielo y ocultaban tras un oscuro velo el hermoso rostro de los tepuyes, esta
triste imagen nos acompañó durante las largas horas de caminata, en las que una
lluvia de cenizas traía a mi imaginación la imagen de algún momento
apocalíptico en el que el fuego devastara lo más preciado de nuestro planeta…
sus recursos naturales.
Así fue llegando la noche y la tímida luna llena trataba
de abrirse paso entre un cielo enrojecido por el fuego y el humo de la tarde.
Los pies del tepuy Kuquenan aún ardían y solo la fuerza de sus verticales
paredes de roca fueron capaces de detener las llamas.
Al día siguiente, 24 de diciembre, el fuego había amainado,
en las paredes del Roraima solo la imagen borrosa de un paisaje ahumado y el
aroma a leña quemada que traía el viento, recordaban lo sucedido el día
anterior.
Todos nos preguntábamos el porqué de lo sucedido. Resultaba
inexplicable que ante tanta belleza, una cultura ancestral como la “Pemón” se permitiera, con la
justificación de mejorar la calidad del suelo, limpieza de los senderos en la
sabana o técnicas de cacería primitivas, incendiar la sabana metódicamente
(Vale la pena leer “Cultura Pemón”).
Personalmente explicar este fenómeno me resultaría
verdaderamente difícil, más aun sabiéndome participe de una sociedad urbana
creciente como Caracas, en la que la historia de su desarrollo ha traído
consigo la destrucción de un hermoso valle en el que cristalinas aguas corrían
irrigando una frondosa vegetación, Sería difícil entender cómo podemos vivir en
casas que para ser construidas, se han tenido que destruir espectaculares
montañas para obtener cemento y otros materiales… ciudades que a diario generan
toneladas de desechos sólidos, aguas contaminadas y gases tóxicos.
Solo me queda pensar, que las culturas son cambiantes
como así lo es la sociedad, que las generaciones futuras obtendrán el beneficio
y la bendición de una naturaleza cada vez más escasa y que la silenciosa voz de
los tepulles sabrán transmitirle al mundo la necesidad de mantener incólumes
esos lugares que son patrimonio del mundo… de los seres que vivimos en él.
Con el apoyo de Daniel Todd, comparto esta información: Área aproximada del incendio en cuestión: 1.860 Hectáreas; lectura recomendada: http://www.scielo.org.ve/scielo.php?pid=S0378-18442004000300005&script=sci_arttext
Con el apoyo de Daniel Todd, comparto esta información: Área aproximada del incendio en cuestión: 1.860 Hectáreas; lectura recomendada: http://www.scielo.org.ve/scielo.php?pid=S0378-18442004000300005&script=sci_arttext