domingo, 11 de enero de 2015

El día que llovió cenizas

El título que lleva en esta oportunidad el “Blog”, pudiera parecer algo apocalíptico… aunque tal vez si lo sea, todo dependerá de los ojos que lo lean.
          Habíamos decidido salir en familia (26 personas) desde hace algunos meses al “Roraima”. El día 18 de diciembre, desde muy tempranas horas de la mañana, nos encontrábamos en el caótico aeropuerto “Simón Bolívar”, la fila de chequeo de nuestra aerolínea (Aeropostal), seguía destinos inauditos, bajo el único parámetro de los erráticos deseos de los nerviosos pasajeros, que temerosos de perder sus vuelos, trataban de completar su protocolo de embarque lo antes posible. Finalmente todos con el “Boarding Pass” en mano, nos dirigimos a nuestra puerta de embarque… la número 8, que después se convirtió en 2, para finalmente ser la 6.


         Por fortuna, la llegada a Puerto Ordaz fue holgada en tiempo, ya que en Venezuela, poder llegar a un evento con “todo” resuelto se ha convertido en algo prácticamente imposible. Luego alojarnos en nuestro confortable hotel (Eurobuilding/Altamente recomendado) y dividirnos las tareas, la noche nos tomó de la mano en las calles de la ciudad, recorriendo las diferentes tiendas de alimentos y deportivas, buscando artículos que, a pesar de ser indispensables, hoy por hoy se han convertido en elementos “coleccionables”… leche, aceite, lavaplatos, harina de maíz, gas para las cocinas de campaña. Por suerte, puede más la “tenacidad” que la escasez, y apartando algunas modificaciones en el menú, estábamos listos para salir al día siguiente.
        El 19 de diciembre comenzó más temprano de lo acostumbrado. Después del desayuno, nos enfilamos por la carretera hacia la “Gran Sabana”, esa que con “sabor a Calipso” atraviesa las poblaciones de Upata, Guasipati, el Callao, el Dorado… de manera diestra y efectiva, Carlos, nuestro chofer, recorrió sin mayor contratiempo esa familiar vía que  después de 570 Km. nos llevó hasta la población de San Francisco de Yuruaní, lugar en el que pasaríamos la noche (Posada Karán Dewuk) y así finalmente, el 20 de diciembre, abandonar el asfalto y el concreto, enfilando nuestro rumbo hacia esas colosales formaciones que, con la misma fuerza del sol, se levantaban hacia el Este… el “Roraima” y el “Kukenan”.
         Sin mayor novedad, al llegar al caserío de “Parai-Tepuy”, saludamos a todos los conocidos y amigos, y luego de registrarnos con Dionisio (Guarda parques del lugar) y haber superado la tediosa y complicada actividad de seleccionar y contartar a los porteadores, completamos un gran grupo de 34 personas , que luego del acostumbrado recorrido de aproximadamente 4 horas, llegamos al primer lugar de campamento… el “Río Teg”. Estando en vísperas de la Navidad, nos dio el privilegio de estar prácticamente solos en el ascenso, mientras muchos otros ya se encontraban de retorno. Las carpas del campamento daban la idea de un colorido collar adornando el cuello del inmenso Roraima.
        Y así la noche dio paso lentamente al día, la luna creciente se ocultó tras el horizonte y el sol apareció con toda su alegría, perturbada solamente por una pequeña columna de humo que se levantaba detrás de la colina que nos separaba del río Kuquenan.

        Después de desayunar y desmontar el campamento, repartimos las carpas y comenzamos la marcha en grupos aleatorios con un solo objetivo… lograr llegar, al final de la jornada, al Campamento Base del Roraima. Mientras caminábamos hacia la loma que separaba el río Kuquenan del “Tek”, la figura de Mikel se acercaba de regreso hacia nosotros y al darnos alcance, nos explicó el motivo de su retorno… el grupo se había detenido por la magnitud del incendio forestal, que pudimos constatar al llegar al tope de la loma. De manera increíble, el fuego se extendía por toda la sabana entre el río y el tepuy Kuquenan, amenazando con extenderse hacia el Roraima. Afortunadamente para nosotros, el viento soplaba hacia el Oeste alejando el fuego de nuestra dirección. El espectáculo era devastador, uno de los incendios más grandes que había visto en los últimos años. Columnas de denso humo negro se levantaban al cielo y ocultaban tras un oscuro velo el hermoso rostro de los tepuyes, esta triste imagen nos acompañó durante las largas horas de caminata, en las que una lluvia de cenizas traía a mi imaginación la imagen de algún momento apocalíptico en el que el fuego devastara lo más preciado de nuestro planeta… sus recursos naturales.
      Así fue llegando la noche y la tímida luna llena trataba de abrirse paso entre un cielo enrojecido por el fuego y el humo de la tarde. Los pies del tepuy Kuquenan aún ardían y solo la fuerza de sus verticales paredes de roca fueron capaces de detener las llamas.
        Al día siguiente, 24 de diciembre, el fuego había amainado, en las paredes del Roraima solo la imagen borrosa de un paisaje ahumado y el aroma a leña quemada que traía el viento, recordaban lo sucedido el día anterior.
        Todos nos preguntábamos el porqué de lo sucedido. Resultaba inexplicable que ante tanta belleza, una cultura ancestral como la “Pemón” se permitiera, con la justificación de mejorar la calidad del suelo, limpieza de los senderos en la sabana o técnicas de cacería primitivas, incendiar la sabana metódicamente (Vale la pena leer “Cultura Pemón”).
    Personalmente explicar este fenómeno me resultaría verdaderamente difícil, más aun sabiéndome participe de una sociedad urbana creciente como Caracas, en la que la historia de su desarrollo ha traído consigo la destrucción de un hermoso valle en el que cristalinas aguas corrían irrigando una frondosa vegetación, Sería difícil entender cómo podemos vivir en casas que para ser construidas, se han tenido que destruir espectaculares montañas para obtener cemento y otros materiales… ciudades que a diario generan toneladas de desechos sólidos, aguas contaminadas y gases tóxicos.



        Solo me queda pensar, que las culturas son cambiantes como así lo es la sociedad, que las generaciones futuras obtendrán el beneficio y la bendición de una naturaleza cada vez más escasa y que la silenciosa voz de los tepulles sabrán transmitirle al mundo la necesidad de mantener incólumes esos lugares que son patrimonio del mundo… de los seres que vivimos en él.


Con el apoyo de Daniel Todd, comparto esta información: Área aproximada del incendio en cuestión: 1.860 Hectáreas; lectura recomendada: http://www.scielo.org.ve/scielo.php?pid=S0378-18442004000300005&script=sci_arttext

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